
La deidad del Espíritu Santo ha sido negada por muchos grupos heréticos desde los primeros siglos de la iglesia. En el Concilio de Nicea la iglesia del tercer siglo se reunió para reafirmar sus creencias ante las herejías que se estaban levantando y en el famoso credo niceno se declaraba la creencia de que el Espíritu Santo es Dios:
“Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”.