Filemón era un siervo de Cristo que había entregado su vida por medio del evangelio que había sido expuesto por Pablo muy seguramente en la iglesia de Éfeso. Pablo estimaba a Filemón y agradecía a Dios por su fe y amor hacía la iglesia y hacia él. Era uno de los hijos espirituales de Pablo, alguien que había recibido la Palabra y se había sometido a ella. Pablo daba gracias a Dios por el amor y la fe que caracterizaban a Filemón. Destacaba especialmente su interés por los creyentes en Colosas, a quienes animaba y fortalecía, refrescando sus corazones.

Pablo espera que Filemón, en un acto de gratitud y amor cristiano, libere a Onésimo y lo reciba no como esclavo, sino como hermano en la fe. De hecho, el apóstol expresa una gran confianza en la respuesta de Filemón, asegurándole que hará no solo lo que se le pide, sino incluso más de lo esperado. La carta a Filemón presenta un poderoso paralelo con la obra de Cristo en el evangelio. Pablo había predicado el mensaje de salvación tanto a Onésimo como a Filemón, y por medio de esa verdad ambos habían sido reconciliados con Dios. Esta es la reconciliación vertical, que restaura nuestra relación con el Padre. Pero una vez que esa reconciliación con Dios ha tenido lugar, Pablo dirige su atención a la reconciliación horizontal: la restauración de la relación rota entre estos dos hermanos en la fe.