
En la iglesia se dejan a un lado las ambiciones, el egoísmo, las dobles intenciones para pensar en el bienestar del cuerpo. Los dones son provistos para servir y promover el bienestar general de la misma iglesia.
Cada miembro necesita de los demás para el buen funcionamiento de la iglesia y el cumplimiento de su misión. La salud de la iglesia se ve en el respeto, amor y preocupación mutua y reconocimiento de los dones y funciones entre miembros. Una iglesia que vive así no tendrá lugar para partidismos, divisiones socioculturales y económicas.