
El beber el vino en la cena del Señor es una manifestación en la que el creyente expresa su aceptación del sacrificio de Cristo por medio de su muerte. Es ilógico aceptar la salvación por medio de la sangre de Cristo y participar de rituales donde recibimos bendiciones materiales de los ídolos. El participar de la cena del Señor es un recordatorio de que estamos unidos a Cristo y todos recibimos los mismos beneficios del sacrificio de Cristo.
Cuando los israelitas combinaron la adoración a Dios con ritos paganos, la ira del Señor se encendió. Cuando le adjudicaron el milagro al becerro de oro, la ira de Dios se manifestó. Dios no comparte su adoración con nadie más, ni mucho menos podemos adjudicarle a un ídolo, una idea, ni al hombre (incluidos nosotros) la gloria que le pertenece a Dios.
Como cuerpo de Cristo, debemos hacer lo que conviene y edifica; lo que aprovecha, es útil y benéfico a quienes me rodean; Lo que glorifica a Dios, sirve y bendice al prójimo; Una libertad que bendice, edifica eternamente. El creyente expresa su libertad en Cristo por medio de lo que bendice.