
El Ejército de Nicaragua ya no defiende a la nación; es el brazo armado de la dictadura Ortega-Murillo. La extensión del mandato de Avilés es un premio al servilismo y la corrupción. Oficiales enriquecidos con negocios turbios y propiedades confiscadas han traicionado su misión, mientras Ortega los usa como herramienta de represión y vende su lealtad a Rusia, China, Irán y Cuba.
Este Ejército no es del pueblo; es del régimen. Urge sancionar sus activos y desmontar esta estructura corrupta para que, en una Nicaragua libre, decidamos si necesitamos un Ejército o solo instituciones al servicio de la democracia. Hoy, el Ejército ha dejado de ser nacional; es la espada de una tiranía bicéfala.