
Meditación sobre el agobio del generoso. Ayudar más, implicarse más… es admirable vivir para beneficiar a los demás. Pero esta entrega puede tener una doble cara de la que quizás no nos demos cuenta. ¿Cómo ayudar a otros en una justa medida? Querer satisfacer sin cesar a otros termina por fatigarnos, a nosotros y a los demás. Porque ya no sabemos dar oportunamente, ni en la familia, ni a los amigos, ni en el trabajo. Y el resultado a veces es opuesto al esperado: perdemos el gusto por ayudar, produciéndose una amargura por dar continuamente un servicio gratuito. Las personas más generosas son también las más susceptibles de verse afectadas por este agotamiento. Entonces, ¿cómo evitar que las buenas intenciones se tornen en hiperactividad y generosidad mal calibrada?Solemos admirar a quien se desvive por los demás. Pero esta dedicación puede ocultar también una sed de poder, una necesidad de sentirse indispensable y de hacer siempre más para sentir que se existe. Creer que somos inagotables, puede inflar nuestro orgullo, sobre todo cuando rechazamos las alertas de nuestro entorno.A veces nos sentimos obligados a implicarnos con todos aquellos que creemos que necesitan ayuda, como si fuéramos el remedio a la miseria humana. Otras personas llegan a aislarse de sus emociones y de toda compasión por quienes les ayudan. Persisten en el deber olvidando la generosidad genuina. Y es que aquel que colma demasiado a los demás con atenciones, favores o regalos está mal conectado consigo mismo y, en consecuencia, asfixia su entorno.Creemos que, cuando más damos, más recibimos. Pero podemos ver que los niños cuya madre está demasiado presente pueden sentirse agobiados. Y por otro lado, la madre que “se sacrifica por sus hijos” puede caer en una dinámica peligrosa al olvidar sus propias necesidades básicas. Es esencial ocuparse primero de uno mismo correctamente para poder luego volcarnos en los demás.Un “buen samaritano” puede transformarse en verdugo cuando espera que su inversión tenga un retorno similar. Cuanto más activa es la espera de una recompensa con respecto al trabajo realizado, más elevado es el riesgo de padecer una profunda frustración. El que da a toda costa puede desarrollar resentimiento cuando no se considera reconocido en la misma medida en la que da. Y cuanto más se impone, más molesta a su entorno, que lo rehúye. Entonces desarrolla comportamientos como críticas, ira sorda, acusaciones, cinismo y cálculos enredados.Podemos descubrir que detrás de una entrega total se esconde una necesidad excesiva de sentirse amado y valorado. Y que un don pleno también incluye la posibilidad del fracaso. Darse intensamente es fuente de cansancio y, por tanto, conviene saber reponer fuerzas. Y aunque entendemos que hay mucha felicidad en dar, tampoco podemos ofrecer aquello que no hemos recibido. Se necesita abrirse a ser amado para aprender a amar.Podemos recentrar nuestra generosidad en nuestro entorno más próximo. Aunque a veces parezca más fácil implicarse en una causa externa y lejana, que pensar cotidianamente en nuestro prójimo más cercano. Dar según nuestra capacidad pudiera parecer una misión muy humilde e insuficiente, pero es justo ahí donde estamos llamados a la excelencia.