
Vivir sintiendo demasiado es vivir en extremos: la alegría se convierte en euforia, el amor en entrega absoluta, la tristeza en ahogo y la ansiedad en una tormenta física. Desde joven supe que no había término medio en mi manera de sentir; cada emoción me envuelve por completo, para bien o para mal. Tras mi accidente, la ansiedad se volvió más intensa, ligada a recuerdos de inmovilidad y soledad que aún me persiguen. Es un equilibrio frágil: lo que me hace brillar también puede quemarme.