
Marta ha recibido a Jesús en su casa, pero María lo ha recibido en su corazón. María no es la dueña de la casa, sino su hermana Marta. María aparece sentada a los pies de Jesús, escuchando sus palabras, mientras tanto, Marta se afanaba en diversos quehaceres. María, la hermana, le ofrece su pobreza, se presenta ante Jesús con las manos y el corazón vacíos para ser llenados por él. Pero no podemos leer esta actitud como un romanticismo piadoso, sino todo lo contrario. María encarna a la persona discípula que se despoja de todo para ganarlo todo. María vive una pobreza que le ayuda a centrarse en lo único necesario: el Reino. Para conseguir el Reino, hay que venderlo todo y seguir a Jesús. (Cf. Lc 18: 22).