
Jesús “enseñó a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer” (Lc 18,1). Lo hace con una imagen sorprendente: una viuda frágil, pero incansable, y un juez poderoso, pero indiferente.
Esa mujer sin recursos humanos logra, con su insistencia, doblegar al juez injusto. Con esta parábola, el Señor nos muestra el corazón de la verdadera fe: una confianza perseverante que no se rinde, una oración que lucha aun cuando Dios parece callar.
“Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lc 18,8).
Esa pregunta es el examen de cada creyente: ¿sigo orando cuando no veo resultados? ¿Sigo creyendo cuando el silencio se alarga?