A veces, Guatemala parece un paraíso anarco… para las empresas. El ciudadano es un consumidor desprotegido y muy alejado de aquel lema mercadológico: “El cliente siempre tiene la razón”. Lo que sucede a menudo en realidad es que el cliente pierde ante el poder de las empresas, ya sea porque es más débil, ya porque el sistema de quejas y restituciones ha sido diseñado para desesperarlo y que su pelea solo pueda ser individual, ya porque los mayores aparatos del Estado, puestos a elegir, tienden a servir a menudo a las grandes compañías. La defensa del consumidor es, así, una ofensa al consumidor; el servicio al cliente se convierte en el cliente al servicio; y la bandera de la economía de mercado, un estandarte sin sustancia, un disfraz, propaganda indigesta y tenaz
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A veces, Guatemala parece un paraíso anarco… para las empresas. El ciudadano es un consumidor desprotegido y muy alejado de aquel lema mercadológico: “El cliente siempre tiene la razón”. Lo que sucede a menudo en realidad es que el cliente pierde ante el poder de las empresas, ya sea porque es más débil, ya porque el sistema de quejas y restituciones ha sido diseñado para desesperarlo y que su pelea solo pueda ser individual, ya porque los mayores aparatos del Estado, puestos a elegir, tienden a servir a menudo a las grandes compañías. La defensa del consumidor es, así, una ofensa al consumidor; el servicio al cliente se convierte en el cliente al servicio; y la bandera de la economía de mercado, un estandarte sin sustancia, un disfraz, propaganda indigesta y tenaz
A veces, Guatemala parece un paraíso anarco… para las empresas. El ciudadano es un consumidor desprotegido y muy alejado de aquel lema mercadológico: “El cliente siempre tiene la razón”. Lo que sucede a menudo en realidad es que el cliente pierde ante el poder de las empresas, ya sea porque es más débil, ya porque el sistema de quejas y restituciones ha sido diseñado para desesperarlo y que su pelea solo pueda ser individual, ya porque los mayores aparatos del Estado, puestos a elegir, tienden a servir a menudo a las grandes compañías. La defensa del consumidor es, así, una ofensa al consumidor; el servicio al cliente se convierte en el cliente al servicio; y la bandera de la economía de mercado, un estandarte sin sustancia, un disfraz, propaganda indigesta y tenaz