Hemos vivido días convulsos, vimos nada menos que la rápida desaparición de nuestra democracia. Un régimen que no cuajó, que cayó preso, que fue ocupado, por sus propios males. El diseño escuálido de nuestras instituciones fue la causa a largo plazo que permitió el golpe del martes pasado.
Los actores que habitaban estás instituciones, los congresistas, no entendieron de razones políticas. Se apuraron en cambiar una presidencia que contaba con un apoyo mayoritario en la población y, esta vez, no fuimos apolíticos. No dormimos hasta que el presidente apócrifo Merino renuncie hundido en su ineptitud irreparable.
La protesta de los jóvenes nos da señales de vida. El desacato nos ha caracterizado siempre, los jóvenes ya no tienen pavor de tomar la opinión pública y el dedo inquisidor de muchos adultos ya no señala. La generación del Bicentenario nos llena de orgullo. Salimos de Tiktok y de Instagram, lugares desconocidos y subestimados por la política tradicional, a recuperar una democracia sin el antecedente de conocer el autoritarismo de hace apenas 20 años. Esta ha sido una rebelión contra la costumbre.
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