
Al final de su vida, el profeta Eliseo nos enseña que el legado más grande no son los milagros ni las obras visibles, sino el carácter y la formación de quienes vienen después. La verdadera medida del discipulado no está en cuánto hacemos, sino en cuánto dejamos en otros. Este devocional nos invita a reflexionar sobre la paternidad, el liderazgo y la enseñanza: ¿qué ejemplo, principios y valores estamos transmitiendo a nuestros hijos y a las nuevas generaciones? Invertir tiempo en formar su corazón es el mejor legado que podemos dejarles.