En este miércoles 24 de julio reflexionamos sobre la tercera bienaventuranza: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5:5). En un mundo donde la violencia, el orgullo y la autosuficiencia predominan —tal como en los días de Noé—, Jesús enseña un principio radical: la verdadera herencia es para los mansos. La mansedumbre no es debilidad, sino poder bajo control, fruto del Espíritu Santo. El manso no es cobarde, sino alguien con dominio propio y carácter firme, que responde con humildad incluso cuando es ofendido. Esta enseñanza fue escandalosa en tiempos de Jesús y sigue siéndolo hoy, pero es clave para reflejar el carácter del Reino. Recordamos que Cristo mismo nos dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. En medio de una sociedad arrogante, violenta y hostil, el llamado del Señor es a vivir con mansedumbre, sabiendo que esa actitud traerá recompensa eterna.