
En el devocional de hoy reflexionamos sobre la segunda bienaventuranza: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4). A través del ejemplo del rey David y su hijo Absalón, exploramos la diferencia entre el llanto humano impulsado por la culpa, el dolor emocional y la pérdida, y el llanto sagrado que nace del arrepentimiento verdadero. Solo el sufrimiento que proviene de reconocer nuestro pecado y volvernos a Dios produce vida, consuelo y restauración. La tristeza según Dios —como enseña 2 Corintios 7:10— produce un arrepentimiento que lleva a la salvación. ¿Qué clase de llanto hay en tu vida hoy? Que el Espíritu Santo nos ayude a llorar por lo que realmente importa: nuestro pecado y nuestra necesidad de su gracia. ¡Dios te bendiga ricamente!