
En este conmovedor mensaje, reflexionamos sobre la bienaventuranza “Bienaventurados los que lloran” y exploramos dos tipos de sufrimiento: uno que Dios permite para formar nuestro carácter y acercarnos a Él, y otro que nace de la codicia, el apego enfermizo o la falta de fe. A través de ejemplos bíblicos —como Abraham, Jeremías, Pablo, Timoteo, y la mujer que lavó los pies de Jesús con lágrimas— se revela cómo el llanto puede ser una válvula espiritual de sanidad y consuelo. Pero también se nos advierte del peligro del sufrimiento insensato que envenena el alma y detiene nuestro caminar. Un mensaje claro, pastoral y profundo que nos llama a soltar el pasado y permitir que nuestras lágrimas nos lleven de vuelta al corazón de Dios.