
Por: Jorge Arturo Estrada | AMLO es un tipo de cuidado. Siempre juega a ganar. Sus juegos de poder son rudos. Sin titubeos ataca, desgasta e intenta demoler a sus adversarios. El papel de Andrés Manuel, en la elección de junio del 2024, será decisivo. Lo mismo en la victoria, como en la derrota. En junio, López Obrador va por el paso más importante de su carrera, es una jugada en la que muchos de sus antecesores han fallado. No siempre es fácil imponer en la silla presidencial a su sucesor. Sin embargo, tampoco será fácil derrotar al tlatoani; ni mandarlo al retiro, a su rancho tabasqueño, para quien sea la próxima presidenta.
Por lo pronto, AMLO sabe que está en la cumbre de su carrera. Él es temido y adorado. Así, seguirá fiel a su estilo, y con descaro seguirá abriéndole paso a su candidata. Sabe que su presencia en el proceso es indispensable para ganar. A la exjefa de gobierno, de la Ciudad de México, le falta el carisma y la personalidad del tabasqueño.
Entonces, el propio presidente, les recuerda a todos los grupos y actores de poder, a los que ayudó a ganar muchos millones o a encumbrarse políticamente, lo que le deben y cómo deben corresponder. Así, vemos actos de campaña de Claudia Sheinbaum, muy bien organizados y concurridos; actos que son nutridos con acarreos intensos en casi todos los estados, por los gobernadores. López Obrador no deja nada al azar, en el tema electoral. Él personalmente se encarga de la propaganda, del control de las encuestas y muchas veces de despejar el camino.
Actualmente, AMLO quiere convertir a la silla presidencial en un trono. Desea destruir los contrapesos democráticos, es una de sus últimas obsesiones. Las otras, son hacer ganar a Claudia y mantener a la Cuarta Transformación en el poder. Y, tal vez, intentar consolidar un Maximato.
En este momento, él se encuentra en la cúspide del poder de la política mexicana. Cuenta con una amplia base social y miles de millones de pesos para ejercerlo. Ya destruyó políticamente a sus principales aliados, los redimensionó y los colocó en rincones. Primeramente, los sedujo, los ilusionó con convertirlos en candidatos presidenciales; luego, los traicionó y los destruyó, políticamente hablando. Entonces, rápidamente les redujo su estatura y los convirtió en etcéteras dentro de su movimiento. Ellos, al aceptar las migajas ofrecidas, terminaron sometidos y listos para el olvido. En el proceso de las corcholatas, finalmente, se decidió por el personaje más inexperto y dependiente de su poderío personal.
Autoritario e intransigente, Andrés Manuel, durante dos décadas ha ido buscando el poder; y, a cada paso, fue desplazando a todos los que lo ayudaron a llegar a la cima, sin miramientos. Así lo hizo con Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Rosario Robles, entre otros. Más recientemente, les repitió la dosis a Marcelo Ebrard, a Adán Augusto López y a Ricardo Monreal. No le gusta tener competencia.