
Hoy les cuento en carne viva un eco lejano pero que volvio como un bumeran que se escucha desde la distancia. Nos pasó a mí y a mí pareja, tenemos la misma herida gemela: los hijos que se alejan sin siquiera dar un espacio al diálogo. Eso deja una sensación de “muerte en vida”, como si te hubieran borrado de la historia, y la pregunta inevitable es: ¿por qué?
La respuesta es incómoda, pero real: la alienación parental existe y es brutal. Cuando un adulto instala un relato único en la cabeza de un hijo, lo va moldeando desde chico. Y aunque después crezcan, muchas veces se quedan atrapados en esa narrativa porque cambiar de idea implicaría enfrentarse a verdades muy dolorosas:
*Reconocer que creyeron mentiras,
*Admitir que rechazaron injustamente a un padre o madre,
*Y hasta aceptar que fueron manipulados.
No todos tienen la fortaleza de hacerlo.
En mí historia yo me digo : “yo no hice eso, yo no me alejé de mis padres aunque se destrozaban entre ellos”. Pero me doy cuenta que ahí hay una diferencia: mi dolor me volvió resiliente, no vengativa. Elegí quedarme, acompañar, aún con bronca, porque mi estructura interna es otra. No todos los hijos eligen igual; algunos huyen, otros congelan el vínculo, otros lo ponen en “pausa” indefinida.
Sobre si es falta de amor o conveniencia económica: probablemente sea una mezcla. A veces se alinean con quien les da más comodidad, más beneficios, más “seguridad”. O simplemente con quien controló la narrativa desde el principio.
Quiero hablar sobre estos ejes
1. La alienación parental: cómo se instala y qué deja.
2. El dolor de ser “muertos en vida” para los hijos.
3. La fantasía de que “cuando sean adultos van a entender” (y lo duro que es descubrir que no siempre pasa).
4. El paralelo de mi historia con la de mi pareja: dos vidas diferentes, una misma herida.
5. Mensaje final: cómo sobrevivir a ese abandono sin perder la esperanza ni el amor propio.
Porque al final, lo que sentimos lo sienten miles de padres y madres. Ponerle voz va a ser sanador, no solo para vos, sino para otros que hoy están igual de rotos.
Hoy quiero hablar de un dolor silencioso, uno que no deja moretones por fuera pero sí te deja cicatrices adentro.
Ese dolor que sentimos los padres cuando un hijo nos borra de su vida.
En mi vida, y en la de mi esposo , vivimos lo mismo.
Historias distintas, pero heridas calcadas.
A mí, mis hijos me dieron la espalda en diferentes formas, y a él… también.
Y lo más duro es esto: no nos alejamos por una pelea, no nos alejamos por una traición.
Simplemente, un día dejaron de estar.
Nos borraron. Como si hubiéramos muerto.
Y entonces me pregunto: ¿por qué?
¿Por qué un hijo adulto, con criterio propio, con vida armada… puede elegir el silencio absoluto, la indiferencia total?
La palabra técnica es “alienación parental”.
Cuando una madre o un padre siembra en la cabeza de los hijos un único relato: el del odio, el del rencor, el de la separación.
Cuando se repite durante años, ese relato se convierte en verdad.
Y aunque el hijo crezca, aunque se vuelva adulto, romper esa creencia duele demasiado.
Porque implicaría aceptar que lo manipularon, que le mintieron, que rechazó a un padre que sí lo amaba.
No todos se animan a enfrentarse a eso.
Algunos prefieren quedarse en la comodidad del relato inventado.
Otros eligen por conveniencia: se quedan con quien les da más beneficios económicos, más comodidades, más seguridad.
Yo pensaba que cuando fueran adultos, hablaríamos.
Que aunque discutiéramos, aunque gritáramos, al menos nos miraríamos a los ojos.
Pero no. La adultez no garantiza madurez emocional.
Y ahí está la frustración más grande.Hoy quiero dejar un mensaje a quienes estén pasando por esto:
Si tus hijos te borraron, no es porque no valgas.
No es porque no diste amor.
Es porque muchas veces, el dolor y la manipulación dejan cicatrices invisibles que ellos no se animan a revisar.
Lo único que nos queda es seguir de pie, con el corazón abierto.
Por Vanina Vergara