
En este capítulo me adentro en el proceso creativo como un viaje cíclico, lleno de transformaciones. Desde la germinación de una idea hasta su culminación y entrega al mundo, descubrí que crear no es controlar, sino acompañar: abrirme al misterio, tolerar la incertidumbre y permitir que la obra encuentre su propia forma. Inspirada en la visión de Rick Rubin, comprendí que la creatividad exige paciencia, humildad y fe en aquello que todavía no se ve. Reflexiono también sobre el éxito, no como algo que se mide afuera, sino como esa serenidad interna que aparece cuando sabemos que dimos todo y podemos soltar. Finalmente entendí que la creatividad comparte el ritmo de la vida: nada termina del todo, todo se transforma. Lo que llamamos final no es un cierre, sino el movimiento natural de un ciclo que vuelve a empezar.