
¿Sé leer? ¿Alguna vez lo he hecho, sinceramente? ¿Leer, por ejemplo, cuando escribo te quiero? ¿Leerme?
Vamos, que ustedes esperan un descripción del episodio: se trata de eso, de esa pregunta: ¿me leo?, ¿me escucho?
Muchas veces tecleamos palabras sin intención alguna, expresiones, te-quieros; a veces, porque alguien nos trató bien, otras porque nos regalaron algo o porque nos ayudaron. Pero, ¿han vivido la sensación rara cuando lo escribimos adrede? Es decir, cuando no hay motivo más que el querer de verdad, y después leerse...
Obviamente, puedo hacer esto con cualquier palabra, cualquier expresión. No obstante, me parece pertinente el te quiero, por la manera tan libre con la que se pasea en nuestros discursos, en nuestros mensajes, en nuestra boca, en nuestro imaginario cotidiano; lo decimos de forma constante, sin pena, sin leerlo, la verdad. Y cuando lo hacemos, ¿tiemblan? No cuando lo hacemos con cualquiera, sino al momento en que se lo escribimos a esa persona especial; ¿tiemblan, ustedes?
Quizá me confunda de verbo, tal vez no es temblar al leer te quiero, leernos a nosotros escribir te quiero, probablemente hagamos otra cosa como llorar, reír, gritar, sonrojarnos, hay muchas palabras que se me ocurren. Sin embargo, temblar es el acto más primitivo que se me cruza por la memoria: lo he hecho, lo he leído así porque tengo miedo a lo que suceda después. De hecho, ya el miedo se asoma al momento de escribirlo y de irlo leyendo: te quie ro. Es difícil, si se ponen a pensar un poco. Es difícil, de hecho, pensarlo, leerlo en la mente. Es un proceso, una carrera circular sin fin: teclearla, enviarla, imaginarla...
¿Qué nos responderán? Ay, lo que viene después no es tan importante. Me parece que ya decirlo y leerlo es lo que nos afecta. Porque, de nuevo, ¿nos leemos al escribir estas cosas? ¿Qué sentimos cuando lo hacemos? Lean, como si estuvieran delante de ese mensaje importante que van a mandar: te quiero. ¿Tiemblan, ustedes?