
Si lideras una familia, un grupo, un partido político, una iglesia o una empresa… recuerda esto:
No puedes llevar a otros a verse como Dios los ve, si tú sigues viéndote roto.
Tu liderazgo será tan sano como la imagen que tengas de ti mismo.
Por eso, el primer trabajo de un líder no es motivar a otros… es sanar su propio reflejo.