
A pesar de ser pionera en el reconocimiento de la identidad de género, Argentina no logra revertir la brecha de vida de 40 años que afecta a la población travesti y trans. La expulsión temprana del ámbito educativo y laboral condena a las feminidades a la subsistencia en las calles, donde la violencia policial y los crímenes de odio son el «final anunciado».