
Malas compañías nos llevan, poco a poco, a desviarnos del propósito que Dios ha trazado para nuestra vida. A veces parecen inofensivas, pero su influencia puede apagar nuestra fe y alejarnos de la verdad. No se trata de juzgar, sino de discernir con quién caminamos y qué voces permitimos en nuestro corazón. Cuando elegimos rodearnos de personas que edifican y nos acercan a Dios, nuestra vida florece. Es tiempo de cuidar nuestras conexiones y permanecer firmes junto a quienes impulsan nuestro crecimiento espiritual.