
La ministración de la mesa representa un momento sagrado de comunión con Dios, donde recordamos el sacrificio de Cristo y renovamos nuestra fe en Su pacto eterno. No es un simple acto simbólico, sino una experiencia espiritual que fortalece el alma y une al cuerpo de Cristo en amor y humildad. Participar con un corazón limpio y agradecido nos acerca más a Su presencia y nos recuerda el poder de Su gracia. Cada vez que nos sentamos a Su mesa, afirmamos nuestra dependencia de Él. Es tiempo de valorar ese encuentro divino y participar con reverencia y devoción.