
Prohibido leer a Engels, a Santo Tomás, prohibido leer a Marx, a Camus, a Sartre, y a tal y tal y tal. La lista de los “prohibidos” era la que yo ansiaba leer, por supuesto. Dile a un joven que no a algo y verás cómo detonas el resorte más poderoso para que de inmediato desee hacer todo lo contrario...
Tocaba levemente el cristal que me separaba de esos tomos, como cuando un niño mira en el escaparate de la dulcería una golosina que no puede alcanzar. Ahí estaban “El extranjero”, “La náusea”, “El capital” y otros tantos tomos censurados...
Me daba una curiosidad inmensa hurgar lo más pronto posible en esos libros que tenían “algo” que yo supuestamente no debía conocer. ¿Por qué no? Demostrado está que prohibir no siempre logra frenar un impulso, una voluntad. Prohibir, al contrario, es despertar el interés por aquello que se te niega.