
Entre 2002 y 2008, Colombia vivió una tragedia que desnudó lo peor del poder estatal: los falsos positivos. Bajo el pretexto de ganar una guerra sin fin, el Estado diseñó y ejecutó un sistema perverso donde el valor de la vida humana se redujo a estadísticas y trofeos de guerra. Miles de jóvenes, como Fabián Ayala, fueron arrancados de sus vidas para ser convertidos en guerrilleros ficticios. La recompensa: aplausos y ascensos militares.