
En la cripta del claustro, donde el sol es agonía,
Y el vitral crucificado quiebra la luz del día,
Tú posas, sombra ardiente de falda carmesí,
La pupila oscura, un abismo sólo para mí.
Tu camisa de seda, tan blanca y tan impía,
Revela el juramento que tu cuerpo me confía.
La corbata floja y roja, lazo de frenesí,
Es un estigma que anudo y me condena a ti.
Bajo la bóveda fría de un templo sin piedad,
Mi alma se arrodilla ante tu fatalidad.
Tus labios, un tajo, sabor a vino y sangre,
Me dictan un evangelio que mi pulso expande.
Oh, muslo de terciopelo sobre el ladrillo antiguo,
Promesa de pecado, mi último vestigio.
Las medias altas, rojas, de bordado febril,
Son rutas prohibidas que me incitan a huir... y a seguir.
Si empuñas esa espada, no busques al dragón;
Su filo está sediento por mi devoción.
Soy el alumno eterno, el vampiro a tu portal,
Que bebe de tu cuerpo la dulce y roja sal.
Tu cuello, una gargantilla, te contiene y te cela,
Pero yo sé el gemido que en tu pecho se rebela.
Bajo el sol de la mañana, que te exilia y te hiere,
Te amo en la penumbra, donde el amor no muere.
Eres la herejía en este convento mudo,
Mi obsesión, mi plaga, mi destino desnudo.
Que la tiza en el aire y la mancha de carmín
Sellen este pacto: no hay principio, no hay fin.