Voz Victor Rodriguez Escalona
Voz Victor Rodriguez Escalona
¡¡MÍ MEDICINA!!
Eres el vicio de salud y vida,
Tu risa, mi sol, mi endorfina.
Me encumbro llevarte medicina
En los magicos dias de serotonina.
Feliz de tener terapia en dardos de besos.
La dopamina, a cada pliegue de tu anatomia.
Perder miedo al dolor con el sedante de tu piel.
Lograr tener oxitocina al calor, de tus abrazos.
Tu nombre es receta medica de supervivencia.
El resplandor tu sonrisa, sutura mi herida alma.
Tu regazo tiene analgesico eficaz del corazón.
Vitamina "D" es exponerme ante tu mirada.
Entre tus dedos fluye la sal, de mis deseos
¡¡Ir por ti aumenta el ritmo cardiaco !!
Entonces eres neumonia quitando el aliento.
Eritrocito recorriendo todo el cuerpecito.
En tu almohada germinan todos mis sueños
En el viento el eco de su voz, llamandome.
Su silueta tras la cortina la octava maravilla.
Derechos Reservados
Autor: Raúl Bautista Monzón
Huamachuco-Perú
EL MANIFIESTO DE TEPOZTLAN
Daniel Ruzo.
Por más de 25 años que visito el valle sagrado de Tepoztlán, un lugar investigado a profundidad por el investigador peruano Daniel Ruzo de los Heros. Su trabajo es mencionado y destacado por Louis Pauwels en su libro El retorno de los brujos.
De acuerdo a sus investigaciones en la zona del estado de Morelos en su valle sagrado, se resguardan pistas sobre pasado y futuro de la humanidad.
El manifiesto dice:
Estas palabras pretenden reunir espiritualmente a los seres humanos que están ya convencidos:
De que una humanidad tan importante como la nuestra, "fue raída de la faz de la tierra", por el desplazamiento de la aguas del planeta.
De la necesidad de ubicar los bosques sagrados, las montañas, las cavernas subterráneas, donde esa humanidad utilizó las fuerzas cósmicas y telúricas para devolver a la humanidad el equilibrio físico y sociológico.
De la necesidad de descubrir y habilitar esas cavernas , que hicieron posible durante el cataclismo de Noe , la salvación de algunos de los grupos humanos escogidos y entrenados para realizar una misión: la salvación en ellos de la simiente humana.
De la necesidad de salvar los mitos y leyendas de los conjuntos simbólicos de las concepciones de los libros sagrados: la revelación tradicional, que heredamos y debemos entregar a la humanidad.
Solamente esta unión para tan altos fines puede dar sentido a nuestras vidas ante catástrofes cíclicas inevitables .
Durante años en las experiencias de contacto ELLOS me mencionaban ; su relación y nuestro futuro encuentro con los guardianes de oriente. Que en México se detonarían esos lazos de culturas perdidas ,su relación con las Pléyades, la Osa Mayor pero el papel de Orión nos daría otro tipo de respuestas. Mas tarde mi maestro espiritual Don Antonio Velasco Piña me revelaría la importancia de el siguiente Municipio que seria Amatlán, como el lugar punto de encuentro con las energías espirituales de México.
Tepoztlán y Amatlán sintérgicos diría el Dr. Jacobo Grinberg
Po eso seguimos asistiendo a Tepoztlán y sus alrededores, encontrando sus marcas como los rostros corazón y las pinturas rupestres de manos de 6 dedos.
Porque al igual que la zona de lo Terrones de Argentina, del mítico Cerro Uritórco aparecen las luces de plasma, entidades de conciencia que habitan aquellas cavernas. Tal como lo documentara el místico Ángel Cristo Acoglianis
Leo Bardo Peña
Nació en un mundo que tenía ideas muy concretas sobre lo que una chica escocesa de clase trabajadora podía llegar a ser. A los 14 años ya era maestra, una profesión respetable para una mujer. A los 20, se casó con James Orr Fleming y emigró a América con sueños de una vida mejor. Pero no sería nada fácil para Williamina Paton Stevens.
Al llegar a América, en menos de un año, esos sueños se hicieron añicos. James la abandonó mientras estaba embarazada, dejándola sola en Boston, sin dinero, sin familia, y pronto, con un hijo recién nacido llamado Edward. Para sobrevivir, Williamina aceptó cualquier trabajo que pudiera encontrar. En 1879, se convirtió en criada en la casa del profesor Edward Charles Pickering, director del Observatorio de Harvard College.
Ella desempolvaba muebles, fregaba pisos, y no tenía ninguna razón para creer que su vida sería algo más que supervivencia. Pero Pickering tenía un problema: su equipo de asistentes masculinos cometía errores en los cálculos astronómicos. Perdían detalles, confundían datos. Y un día, frustrado, Pickering dijo:
“¡Mi criada escocesa podría hacerlo mejor!”
Si lo dijo como broma o desafío, nunca lo sabremos. Pero Williamina se lo tomó en serio. En 1881, fue contratada para trabajar en el observatorio. Y no solo lo hizo mejor: revolucionó el campo.
Williamina se convirtió en una de las primeras “Harvard Computers”, mujeres contratadas para analizar miles de placas fotográficas del cielo nocturno. Mientras los astrónomos hombres recibían crédito y cátedras, estas mujeres hacían el trabajo real de mapear el universo. Les pagaban 25 centavos la hora, la mitad de lo que ganaban los hombres por el mismo trabajo.
Pero Williamina no se detuvo. Noche tras noche, examinaba placas de vidrio cubiertas con motas de luz, cada una una estrella con secretos encerrados en patrones de espectro. Desarrolló un sistema para clasificar estrellas según sus espectros, creando lo que se conoció como el sistema Pickering-Fleming. Este trabajo sentó las bases del sistema de clasificación de Harvard, que aún se usa hoy.
A lo largo de su carrera, clasificó más de 10,000 estrellas. Descubrió 59 nebulosas gaseosas, identificó más de 310 estrellas variables y registró 10 explosiones estelares a millones de millas de distancia. Una mujer que comenzó como sirvienta vio lo que muchos astrónomos educados no lograron ver.
En 1899, fue ascendida a curadora de fotografías astronómicas, responsable de cientos de miles de placas y de supervisar a otras mujeres computadoras. En 1906, la Royal Astronomical Society de Londres la nombró miembro honorario, siendo la primera mujer estadounidense en recibir ese honor.
Sabía que era mal pagada y subestimada. En su diario escribió:
"Estoy aquí con un salario de 1.500 dólares al año a cargo del trabajo... Creo que esta es una compensación muy pequeña por lo que he hecho."
Tenía razón. Pero siguió trabajando, no por dinero ni reconocimiento, sino porque las estrellas la llamaban.
Williamina Fleming nació el 15 de mayo de 1857 en Dundee, Escocia y falleció el 21 de mayo de 1911, a los 54 años. Para entonces, se había transformado de una inmigrante abandonada en una de las astrónomas más consumadas de su generación. La mujer que limpiaba la casa de Pickering terminó descubriendo más del universo que muchos de sus colegas.
Cada vez que un astrónomo usa la clasificación estelar, está usando un sistema que ella ayudó a crear. Cada nova, cada nebulosa que descubrió sigue ahí arriba, brillando como testimonio de lo que una criada escocesa logró cuando alguien le dio una oportunidad.
Ella no solo contó estrellas. Nos enseñó a entenderlas.
Fuentes: Archivos del Observatorio de Harvard College, Royal Astronomical Society Archives. Este contenido es informativo y educativo.
Orimiri… Orimiri…”
En 1803, frente a la costa de Georgia, un grupo de 75 hombres y mujeres igbos tomó una decisión que estremeció al mar y a la memoria humana: morir libres antes que vivir encadenados.
La comunidad igbo era conocida por su espíritu rebelde. Los negreros temían su carácter indomable, pues se sabía que se enfrentaban a sus amos, que intentaban escapar y que incluso elegían la muerte antes que la esclavitud. Aquella vez, fueron embarcados rumbo a una plantación de arroz, famosa por su brutalidad. Bajo cubierta, apretados por las cadenas, comenzaron a cantar al unísono. Era más que un canto: era un juramento compartido.
Los marineros intentaron silenciarlos, pero no pudieron. Las voces se elevaron como un trueno colectivo, y en ese ritmo hallaron la fuerza para liberarse. Tomaron el control del barco. Sin embargo, no soñaban con regresar a África; sabían que estaban demasiado lejos. Su destino no sería una plantación, ni tampoco una fuga.
Los igbos eligieron al mar. Uno a uno, cantando “Orimiri Omambala bu anyi bia, Orimiri Omambala ka anyi ga ejina” (“El espíritu del agua de Omambala nos trajo aquí, el espíritu del agua de Omambala nos llevará de regreso”), se arrojaron a las aguas de Dunbar Creek. El océano los abrazó como último refugio.
Las crónicas de la época llamaron al hecho “El suicidio igbo de Igbo Landing”. Pero entre la diáspora africana, la historia no fue de muerte, sino de resistencia. Se decía que sus almas nunca se hundieron. Que en la quietud de la noche, todavía podía escucharse en los pantanos de Georgia aquel eco lejano:
“Orimiri… Orimiri…”
Un recordatorio eterno de que incluso encadenados, eligieron la libertad.
Durante el embarazo, el cuerpo de una mujer no solo crea una vida… reacomoda por completo sus órganos para protegerla.
El estómago se eleva, los intestinos se comprimen hacia los costados, el diafragma sube, la vejiga queda aplastada… todo su organismo se reordena para dar espacio a un corazón nuevo que late dentro de ella.
En el tercer trimestre, el útero puede multiplicar su tamaño hasta 20 veces, empujando cada órgano a lugares donde jamás deberían estar. Por eso hay acidez, falta de aire, cansancio, ganas constantes de orinar y dolores inexplicables… porque literalmente los órganos están siendo aplastados.
Y aun así, el cuerpo resiste.
Y aun así, late dos veces.
Y aun así, sigue de pie.
Tras el parto, poco a poco, cada órgano inicia su viaje de regreso… pero el cuerpo nunca vuelve a ser exactamente igual: porque ya fue hogar.
El cuerpo humano: el milagro más extremo de la naturaleza
En la penumbra de su habitación helada, apenas iluminada por una vela moribunda, una niña de 13 años mantenía los ojos ardiendo de curiosidad. Entre mantas para no morir de frío y silencio para no ser descubierta, devoraba ecuaciones prohibidas como quien roba fuego a los dioses. Su familia apagaba sus lámparas cada noche para “protegerla de la locura académica”.
Pero ella volvía a encenderlas. Siempre.
Se llamaba Sophie Germain. París ardía en revolución. El mundo le gritaba que las matemáticas eran cosa de hombres. Ella murmuraba: “intentémoslo igual”.
Y lo intentó a lo grande.
Cuando descubrió la historia de Arquímedes —matando antes de soltar un cálculo— quedó fascinada. No soñaba con vestidos, soñaba con teoremas. Imagina a tus padres creyendo que estudias filosofía, y tú… colándote en las clases más avanzadas de matemática pura de Francia. Eso hizo Sophie cuando nació la prestigiosa École Polytechnique. No podía entrar. Así que robó los apuntes. Se hizo pasar por estudiante. Hombre. Bajo el nombre de Monsieur LeBlanc.
No solo entró. Deslumbró.
Tanto que el mismísimo Joseph-Louis Lagrange —el genio de genios— quiso conocer a ese joven brillante. Cuando descubrió que “LeBlanc” era una mujer, no la denunció.
La defendió. La impulsó.
Pero su verdadero combate llegaría después: el aterrador problema de la Vibración de las Placas Metálicas. Un monstruo matemático. Candidatos: todos los grandes… menos uno. Todos desistieron… menos una.
Sophie fue la única en presentar una solución.
En 1816, la Academia de Ciencias le entregó el premio. Primera mujer en lograrlo. Primera en ser imposible de ignorar.
También dejó marcas fundamentales en la teoría de números, contribuyendo al mismísimo Último Teorema de Fermat, que tomaría siglos en resolverse por completo. Matemáticos modernos aún pisan sobre sus pasos.
Y, aun así, ¿reconocimiento? Cero. No le permitieron entrar a la Academia. Nunca tuvo un cargo académico.
Murió en silencio, en 1831, sin saber que siglos después un cráter en Venus llevaría su nombre.
Una mujer que fue demasiado brillante para la época que le tocó.
Y aun así… la venció.
En 1780, en Massachusetts, una mujer de color llamada Mum Bet —más tarde conocida como Elizabeth Freeman— escuchó algo que cambiaría su destino. Mientras servía en la casa de su amo, oyó leer en voz alta un fragmento de la nueva Constitución del estado: “Todos los hombres nacen libres e iguales.”
Aquellas palabras se grabaron en su mente. Si todos eran libres, ¿por qué ella no? Convencida de que esa promesa debía incluirla, buscó la ayuda de un abogado y presentó una demanda contra su dueño, el coronel John Ashley. Era un acto de valentía impensable para la época: una mujer de color, nacida en servidumbre, desafiando el sistema legal en nombre de la libertad.
El caso llegó a los tribunales y, para sorpresa de muchos, Mum Bet ganó. El jurado declaró que la servidumbre era incompatible con la Constitución de Massachusetts, y ella obtuvo su libertad junto con una compensación de 30 chelines.
Su victoria no solo cambió su vida: sentó un precedente legal que contribuyó a la abolición de la esclavitud en ese estado. Desde entonces, Mum Bet se convirtió en símbolo de resistencia y justicia. Una mujer que, sin poder ni privilegio, usó la ley —y su voz— para recordarle a una nación el verdadero significado de la libertad.
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Cuando Elizabeth Barrett Browning escribió "¿Cómo te amo? Déjame contar las maneras", no lo hizo desde un jardín victoriano ni desde una vida cómoda, al contrario, lo hizo desde una habitación donde había estado postrada durante años, con dolor crónico, dependiente del láudano y enfrentando un padre que controlaba su vida.
Pero todo daría un giro cuando a sus 40 años se fugó de las garras de su padre, con un poeta más joven que ella. Pero su historia no empieza ni termina ahí.
Elizabeth nació en 1806, cerca de Durham, Inglaterra, en una familia rica gracias a las plantaciones de azúcar en Jamaica. Desde niña fue extraordinaria, a los 8 años leía a Homero en griego, escribió un poema épico a los once, y a los catorce su padre publicó su obra "La batalla de Maratón". Pero a los quince, una lesión la dejó con dolor crónico para el resto de su vida.
Mientras otras mujeres eran educadas para bordar y callar, ella escribía poesía desde su cama.
Su padre, Edward Barrett Moulton-Barrett, era un tirano, prohibió a todos sus hijos casarse y controlaba cada aspecto de sus vidas. Elizabeth, para ese entonces ya era famosa por su poesía, admirada por críticos y considerada para el puesto de poeta laureada, seguía atrapada en su casa, bajo el control de su padre y su lesión.
Hasta que en 1845, recibió una carta de Robert Browning que decía: "Amo sus versos con todo mi corazón, querida Miss Barrett". Él era seis años menor, también poeta, y un hombre completamente cautivado por su obra. En los siguientes veinte meses, intercambiaron 574 cartas de las cuales se enamoraron antes de conocerse en persona. Pero sabían que su amor sería imposible bajo el control de su padre.
El 12 de septiembre de 1846, Elizabeth salió de su casa por última vez, y lejos se casó en secreto con Robert en una iglesia de Londres, acompañada solo por su criada. Una semana después, huyeron a Italia, por lo cual su padre la desheredó. A demás, devolvía cada carta de hija sin abrir, por lo que nunca volvió a verla. Ella tampoco lo buscó eligiendo el amor, la libertad y la vida.
En Florencia, su salud mejoró. Tuvo un hijo en 1849, a pesar de que los médicos decían que no sobreviviría. Escribió los Sonetos del Portugués, una colección de 44 poemas de amor que aún se leen en bodas y en películas. Pero Elizabeth no era solo una poeta romántica.
Escribió contra la esclavitud en "El esclavo fugitivo en Pilgrim’s Point", un poema radical que denunciaba el sistema que había enriquecido a su familia. Escribió "El grito de los niños", que expuso el trabajo infantil en fábricas británicas y ayudó a impulsar reformas.
En Italia, se convirtió en activista política, apoyando la independencia y la unificación del país. Su obra "Aurora Leigh" abordó temas como la maternidad, el arte, el matrimonio y la autonomía femenina por lo cual fuee criticada por su audacia, y fue leída por miles.
Falleció en 1861, en brazos de Robert, en su casa de Florencia. Él nunca se volvió a casar, su tumba se convirtió en un lugar de peregrinación.
Elizabeth Barrett Browning no solo escribió amor. Escribió revolución. Se enamoró a los 39, se fugó a los 40, tuvo un hijo a los 43, y escribió literatura a los 50. Todo mientras vivía con dolor crónico.
Su historia no cabe en un verso. Pero si hay que elegir uno, que sea este: "¿Cómo te amo? Déjame contar las maneras" Porque ella amó con coraje.
Este contenido está basado en hechos históricos verificados a través de fuentes académicas, biográficas y literarias confiables. La historia de Elizabeth Barrett Browning ha sido reconstruida con rigor narrativo para fines educativos y culturales.
El bullying no siempre deja
marcas en la piel.
A veces, deja huecos en
el alma, tan hondos, que
tragar saliva se convierte
en sobrevivir un día más.
A todos la vida nos sacude y nos destruye sueños, nos derrumba.
Solo nos queda levantarnos, mirar hacia adelante, sacar fuerzas y seguír
Juan Pablo y Santiago nacieron un 20 de diciembre y murieron justo antes de Navidad, aunque vivieron un breve espacio en este plano,
Su partida cambió mi vida y la de de su madre de formas que no podría explicar, en mi nació un poeta, cuyo dolor no podía parar, solo con pluma y papel podía expresar tanto caos y confusión, ellos, mis dos gemelitos, vinieron a enseñar.
Poema
(Sueños de padre)
¿Que nombre llevarán?
¿Que vida vivirán?
¿Que caminos recorrerán?
¿Que logros buscarán?
Los amo aun sin conocerlos.
Los adoro con solo sentirlos.
Hijos míos que historia tan hermosa me regalaran.
Amor puro,hermoso y verdadero nos traerán.
Les confieso que los esperaba,que los quería,que ya los amaba.
Para su madre toda mi vida,por su coraje y valentía, por ser fuerte,aunque sufría.
Amor puro,hermoso y verdadero.
Que alegría que ya pronto llegarán.
Para amarlos siempre y estar juntos todos los días.
Hijos míos los beso, en el vientre de su madre, nunca olviden que los amo, aún sin haberse quedado en esta vida
Escrito por Victor Rodriguez Escalona un Diciembre.
Atrapemos el instante
Y hubiera mirado tu vuelo por el cielo,
hubiera imaginado que eras nube de paso,
una caricia errante, un suspiro con alas,
un pensamiento que se disuelve entre los rayos del alba.
Pero volemos juntos, mientras vuelan los sueños,
mientras el tiempo finge ser eterno
y el corazón, ingenuo, se atreve a creerlo.
Nada puede durar más que un minuto de felicidad,
pero en ese minuto cabe el universo entero.
Atrapemos el instante,
antes de que se desvanezca como humo de aurora,
antes de que la brisa robe su perfume,
antes de que el reloj lo encierre en su jaula de horas.
La vida no se mide en días ni en calendarios,
sino en miradas que arden sin decir palabra,
en manos que se buscan como raíces bajo tierra,
en silencios que saben a promesa cumplida.
Que nos importe solo el ahora,
este segundo suspendido entre dos latidos,
este milagro diminuto que nos nombra
y nos hace sentir inmortales por un soplo.
Somos fuegos artificiales en la noche del mundo,
estrellas fugaces que se cruzan por azar,
pero mientras dure el resplandor,
que nadie nos convenza de que no somos eternos.
Volemos, volemos sobre los miedos,
sobre las sombras que temen a la luz,
que el cielo es solo un espejo de lo que sentimos
y la vida, un instante que aprendió a brillar.
Si mañana el viento nos separa,
que quede este destello grabado en la piel,
porque el cariño, cuando es verdadero,
no necesita durar: basta con existir.
Así, mientras el mundo gira distraído,
tú y yo, cómplices del tiempo,
seguiremos atrapando instantes,
como niños que guardan luciérnagas
en un frasco de eternidad.
Ana Ocaña poeta
Epitafio para un influencer
(Por Ana Ocaña, al modo de Quevedo con WiFi)
Cuánto bufón en la Corte de la vida.
Van por los días inflados de sí mismos,
con el alma reducida a píxeles,
y el pensamiento en pausa.
Presumen eternidad en pantallas luminosas,
venden sonrisas de catálogo,
y llaman “verdad”
a la mentira con más visitas.
Se creen dioses del instante,
profetas del espejo,
cómplices de su propio engaño.
Suben, bajan, filtran, editan,
fingen amar, llorar, pensar,
hasta que la farsa brilla lo justo
para cegar a los demás.
Y mientras tanto,
la muerte —esa vieja sin filtros—
les observa desde la esquina del algoritmo,
esperando su momento de desconexión.
Porque la muerte no necesita WiFi.
Llega puntual,
sin aviso,
sin “story”,
sin “me gusta”.
Y en un clic
borra el perfil,
la marca,
la vanidad,
y deja al alma frente a su espejo verdadero.
Allí ya no hay “likes”,
ni poses,
ni nombres que el viento respete.
Solo queda el polvo,
fiel y antiguo,
que murmura con sorna:
“Tanto viviste para que te miraran,
y al final nadie te verá morir.”
Reíd ahora,
bufones del siglo veintiuno,
que la eternidad no admite filtros.
El último “post” os lo escribirá la nada,
y su título será este,
grabado en piedra, sin hashtag,
sin aplausos:
EPITAFIO PARA UN INFLUENCER.
"Si alguna vez me pierdes y me quieres encontrar, no me busques en donde sabes que yo nunca podría estar. Búscame entre tus cosas, en tu mundo que yo hice tan mío.
Búscame en las cálidas arenas de tu tierra natal, entre las páginas de tu libro favorito, en la letra de aquella canción.
Búscame en el vuelo de un ave, en la brisa del viento, en el sonido del mar.
Búscame entre las cartas que te envío, entre mis versos, en mis palabras y en mis silencios, en la Aurora y en la puesta de sol.
No me busques en mi mundo, hace tiempo que ya me marché de allí."
de Robert Díaz
En la cripta del claustro, donde el sol es agonía,
Y el vitral crucificado quiebra la luz del día,
Tú posas, sombra ardiente de falda carmesí,
La pupila oscura, un abismo sólo para mí.
Tu camisa de seda, tan blanca y tan impía,
Revela el juramento que tu cuerpo me confía.
La corbata floja y roja, lazo de frenesí,
Es un estigma que anudo y me condena a ti.
Bajo la bóveda fría de un templo sin piedad,
Mi alma se arrodilla ante tu fatalidad.
Tus labios, un tajo, sabor a vino y sangre,
Me dictan un evangelio que mi pulso expande.
Oh, muslo de terciopelo sobre el ladrillo antiguo,
Promesa de pecado, mi último vestigio.
Las medias altas, rojas, de bordado febril,
Son rutas prohibidas que me incitan a huir... y a seguir.
Si empuñas esa espada, no busques al dragón;
Su filo está sediento por mi devoción.
Soy el alumno eterno, el vampiro a tu portal,
Que bebe de tu cuerpo la dulce y roja sal.
Tu cuello, una gargantilla, te contiene y te cela,
Pero yo sé el gemido que en tu pecho se rebela.
Bajo el sol de la mañana, que te exilia y te hiere,
Te amo en la penumbra, donde el amor no muere.
Eres la herejía en este convento mudo,
Mi obsesión, mi plaga, mi destino desnudo.
Que la tiza en el aire y la mancha de carmín
Sellen este pacto: no hay principio, no hay fin.
Cuando tu hijo te pregunte qué es la resiliencia… no le des una definición. Cuéntale la historia real de Caramelo.
Brasil, 2021.
Una inundación arrasa con todo en São João de Meriti.
Y ahí, sobre el techo de una casa sumergida, un caballo queda atrapado.
Solo. Durante cuatro días.
Sin comida.
Sin agua.
Sin nadie a la vista.
Lo llamaron Caramelo.
La imagen dio la vuelta al mundo:
Un animal mojado, temblando,
pero de pie,
como si su alma se negara a caer.
No relinchaba pidiendo ayuda.
No intentó escapar.
Solo… aguantó.
Y cuando lo rescataron, millones lo sintieron como propio.
Porque Caramelo no fue solo un caballo salvado…
Fue el reflejo de lo que muchos hemos vivido por dentro.
Porque la lección no es que lo salvaron.
La verdadera lección es que no se rompió mientras el mundo a su alrededor se caía.
Eso es resiliencia.
No es quedarte esperando milagros.
No es hacerte fuerte por fuera.
Es resistir sin apagar tu luz.
Es estar solo… y aún así no perder tu dignidad.
Es confiar en que mereces vivir, incluso cuando nadie parece notarlo.
Enséñale eso a tus hijos.
No con discursos.
Sino con historias reales.
Historias como la de Caramelo…
Que no gritó. No huyó. No se rindió.
Porque a veces la vida te deja sobre un techo, solo, temblando…
y no sabes si vendrán por ti.
Pero si logras mantenerte en pie,
eso ya es un acto de valentía.
Resistir no es esperar ayuda.
Es no dejar que la tormenta te apague por dentro.
En una sala del Museo Nacional de Arte de Rumania, en Bucarest, se alza una escultura que parece contener dos almas en una sola pieza de madera. Se la conoce como la Estatua Doble de Mefistófeles y Margarita.
Tallada en sicomoro a finales del siglo XIX por un autor desconocido, la obra mide más de un metro setenta y esconde un ingenio que sorprende incluso hoy. Visto de un lado, aparece Margarita, la joven inocente de la tragedia Fausto de Goethe. Al girarla, el rostro cambia: es Mefistófeles, el demonio tentador. Un espejo detrás permite contemplar ambos perfiles al mismo tiempo: la pureza y la corrupción, la víctima y el verdugo, el bien y el mal.
La pieza dialoga con la esencia misma de la obra de Goethe: Fausto, en su pacto con el diablo, sacrifica su alma a cambio de poder y placer. Margarita, seducida y arrastrada a la tragedia, paga el precio con su vida… y sin embargo, en su inocencia, obtiene el perdón divino. El contraste entre ambos destinos palpita en cada fibra de la escultura.
Más que un juego óptico, la estatua es un recordatorio de las fronteras difusas entre virtud y perdición, de cómo la tentación y la inocencia conviven dentro del mismo mundo, e incluso dentro de cada ser humano.
Porque, al final, no hay espejo más implacable que el que nos muestra que todos llevamos, al mismo tiempo, algo de Margarita y algo de Mefistófeles.
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El agua es más antigua que el Sol.
Miles de millones de años antes de que naciera el Sol, el agua ya existía en el Universo. Los estudios demuestran que las moléculas de agua que hoy se encuentran en la Tierra se formaron en nubes heladas de gas y polvo mucho antes de que surgiera nuestro sistema solar.
En esas frías regiones del espacio, el hidrógeno y el oxígeno se unieron para crear hielo interestelar, que viajó durante eras hasta convertirse en parte de los cometas y asteroides primordiales.
Cuando surgió el Sol, hace unos 4600 millones de años, parte de esa agua antigua sobrevivió, escondida en las profundidades del espacio y atrapada en cuerpos helados. Millones de años después, esos mismos cometas colisionaron con la joven Tierra, liberando el agua que formaría los primeros océanos.
Hoy en día, cada gota de lluvia, cada río y cada mar lleva consigo esta historia cósmica. El agua que sacia nuestra sed es la misma que presenció el nacimiento de las estrellas. Al tocar el agua, estamos tocando algo que es más antiguo que el Sol, más antiguo que la Tierra, un fragmento vivo del propio Universo.
Se cuenta que, en una jornada de caza, el rey Arturo se extravió en un bosque desconocido. Allí fue sorprendido por un caballero vestido de negro, cuya armadura brillaba con un fulgor siniestro. El misterioso guerrero lo retó con una pregunta que parecía imposible:
“¿Qué desean realmente las mujeres?”
Arturo tenía un año para hallar la respuesta. De lo contrario, perdería la vida.
Durante meses recorrió su reino, preguntando a mujeres de toda condición. Las respuestas eran diversas: unas pedían amor, otras belleza, otras riqueza o hijos. Ninguna parecía definitiva. El plazo se agotaba y la sombra de la muerte lo perseguía.
Fue entonces cuando conoció a Lady Ragnell, una mujer deforme y temida, que le reveló el secreto a cambio de un pacto: casarse con el noble Gawain. Sin dudarlo, el caballero aceptó el sacrificio para salvar a su rey.
La respuesta de Ragnell era clara y simple:
“Lo que las mujeres desean por encima de todo es soberanía sobre sí mismas: el poder de elegir su propio destino.”
El caballero negro aceptó su derrota. Arturo era libre.
La boda se celebró y, en la intimidad, Gawain descubrió el verdadero secreto: Ragnell estaba bajo un hechizo que la obligaba a ser monstruosa. Solo podía ser hermosa la mitad del tiempo, y le pidió a Gawain que eligiera si prefería su belleza de día o de noche.
El caballero, fiel a su nobleza, respondió:
“No elegiré yo. Es tu decisión.”
Con esas palabras, rompió por completo el encantamiento. Ragnell recuperó para siempre su auténtico rostro, y juntos vivieron en libertad y amor.
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