
La vida cristiana es una carrera que exige decisión, firmeza y pasión. El apóstol Pablo nos recuerda en Filipenses 3 que no podemos conformarnos ni mirar atrás. Hemos sido llamados a avanzar, dejando todo lo que estorba y poniendo nuestros ojos en Cristo como nuestra única meta. No se trata de correr a medias, ni de retroceder después de haber alcanzado terreno, sino de perseverar con fidelidad hasta el final.
A los que comienzan, el reto es claro: corran con decisión, no con dudas. Y a los que llevan tiempo en la fe, la exhortación es no aflojar, sino mantener firme lo alcanzado y seguir adelante. Pablo también nos advierte de los enemigos de la cruz, aquellos que caminan tras sus propios deseos, y nos recuerda que nuestra ciudadanía está en los cielos, donde Cristo nos espera.
Este mensaje es un llamado urgente a correr con propósito, a mantenernos firmes en la verdad y a vivir con la mirada puesta en la eternidad. No corras como si tu meta fuera terrenal; corre sabiendo que el premio es Cristo mismo.