
El Apocalipsis no retrata a la Iglesia como una novia caprichosa que corre de un lado a otro alborotada, buscando la aprobación del mundo o la moda del momento. No. La muestra como una esposa “santa y preparada”, vestida de lino fino, limpio y resplandeciente, que son “las acciones justas de los santos” (Ap. 19:8).
Mientras el mundo se adorna para su propia perdición, la Iglesia se adorna para su encuentro con el Amado. Y su preparación no consiste en fuegos artificiales emocionales ni en programas religiosos frenéticos, sino en devoción, proclamación, esperanza y entusiasmo santo.