
SE BUSCA COHERENCIA
Vivimos en un tiempo en que las palabras han perdido peso. Hoy cualquiera puede proclamarse “cristiano” con la boca, mientras su vida grita lo contrario con los hechos. Cristo, en el Sermón del Monte, desenmascara esa peligrosa incongruencia con una frase que corta como espada: “Por sus frutos los conoceréis” (Mat. 7:20).
El problema no es nuevo. Los fariseos del tiempo de Jesús eran expertos en hablar de santidad y en citar la Ley, pero sus vidas eran un teatro. Decían mucho y obedecían poco. Cristo mismo los denunció como sepulcros blanqueados: bellos por fuera, pero podridos por dentro. Y a nosotros, sus discípulos, nos recuerda que no basta con decirle: “Señor, Señor”, sino hacer su voluntad (Mat. 7:21). Es decir: no basta con el título de cristiano; necesitamos la sustancia del cristianismo: obediencia y fruto.
En otras palabras, el llamado es a la coherencia: que lo que confesamos con la boca se vea respaldado por lo que practicamos con las manos, los pies y el corazón.