
Vivimos en tiempos convulsos. La cultura que nos rodea se ha vuelto un campo de batalla donde se enfrentan dos cosmovisiones irreconciliables: la del Reino de Dios y la del mundo caído bajo el maligno. “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19). Las ideologías anticristianas intentan redefinir lo que significa ser humano, matrimonio, familia, identidad, moralidad y hasta verdad. Pero el creyente debe recordar que el Señor no ha puesto la victoria de Su Reino en las manos de parlamentos o de modas sociales, sino en la fidelidad de Su pueblo, comenzando desde la célula más íntima: el hogar.
La Escritura nos recuerda que la batalla espiritual no se libra con armas carnales, sino con armas poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas (2 Co. 10:4). Y esas armas se forjan y se blanden primero en el contexto del pacto familiar. El futuro de la iglesia, de las naciones y de la cultura misma se decidirá en los altares familiares, en los matrimonios santos y en la crianza fiel de los hijos. El hogar es la primera trinchera, y Cristo es el General que dirige a Su pueblo en esta guerra.