
Vivimos en un mundo que constantemente nos dice que somos pobres, que sólo una élite de privilegiados disfruta de riqueza mientras el resto sobrevive en miseria. Pero esa es una mentira peligrosa y paralizante. La riqueza no es un club exclusivo ni una categoría cerrada: la riqueza es relativa, y cada uno de nosotros es rico en la medida en que posee bienes, dones y oportunidades dadas por Dios.
Lo que tienes en tu mesa, tu techo, tu familia, tus recuerdos, tu salud, tu salario, tus talentos, tu fe: todo eso es tu haber. Es tu riqueza. Puede que no tengas un yate en Mónaco, pero tienes pan caliente en la mesa y un lugar donde recostar la cabeza. Eso, en la lógica del Reino, es riqueza. "El hombre fiel abundará en bendiciones" (Proverbios 28:20). La verdadera pobreza no es tener poco, sino ser ingrato y ciego ante lo que ya posees.
Desde esa perspectiva, consideremos algunos principios de mayordomía que nos enseñan a vivir como lo que somos: ricos en Cristo.
EL REINO DE CRISTO INCLUYE NUESTRA BILLETERA
Nuestras finanzas no son un asunto neutral: son un reflejo de nuestra devoción. Jesús lo declaró sin ambigüedades: "Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón" (Mateo 6:21). Si tus cuentas están desordenadas, es probable que tu alma también lo esté.
La mayordomía no se trata de cuánto tienes, sino de a quién reconoces como Dueño. Si tus bienes son una excusa para la idolatría, serás esclavo. Si tus bienes son herramientas para glorificar a Cristo, serás verdaderamente libre.
Nosotros, los ricos en Cristo, sabemos que nada nos pertenece en realidad: todo es de Él, todo proviene de Él, y todo vuelve a Él. Por eso, nuestra riqueza, grande o pequeña, se convierte en altar, en semilla, en testimonio.
El dinero habla. La pregunta es: ¿qué dice de ti y de tu Dios?