
EN EL FRUTO ESTÁ EL DETALLE
El cristianismo no es un discurso elegante, ni un accesorio colgado al cuello, ni una pasadía religiosa de domingo por la mañana. No es un maquillaje espiritual para esconder un corazón sin vida, ni una tarjeta de membresía para presumir en círculos eclesiásticos. El cristianismo verdadero es un estilo de vida; es respiración, es obediencia, es raíz y fruto. Cristo mismo lo dijo sin rodeos: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20). Dicho en palabras sencillas: sin fruto, no te creo.
“Por sus frutos los conoceréis”. No por sus discursos, no por sus publicaciones en redes sociales, no por sus credenciales ministeriales. Sino por sus frutos. La fe verdadera se ve, se palpa, se huele. Si no hay fruto, el discurso es mentira. El cristianismo auténtico es mente renovada, conducta santa, lavamiento real, entrenamiento constante, teoría vivida, práctica evidente, madurez creciente y, sobre todo, Cristo encarnado en nuestra carne frágil.
El cristiano puede fallar, pero no puede vivir estéril. Puede tropezar, pero no puede permanecer sin fruto. Porque donde Cristo planta su semilla, allí brota vida.
Así que la pregunta es directa: ¿hay fruto en ti? Porque si no, hermano, con todo respeto: sin fruto, no te creo.