
El dinero es un buen siervo pero un pésimo amo. Administrar el billete sin idolatrarlo requiere cultivar contentamiento, practicar previsión, ejercitar la caridad y vivir en consagración. Así, el cristiano usa los recursos sin que los recursos lo usen a él.
O, en palabras de Agustín: “Las cosas deben ser usadas, no amadas; solo Dios debe ser amado, y en Él todas las cosas usadas.”