
Cuando cayó la resistencia alemana al final de la Segunda Guerra Mundial, los pueblos de Europa oriental temían que las tropas soviéticas que se acercaban no los liberaran, sino que los esclavizaran. Países enteros llegarían a ser parte del botín de guerra con los que Roosevelt recompensaría a Stalin. La libertad desaparecería, y los ciudadanos que antes solían viajar libres de un país a otro, se convertirían prácticamente en prisioneros de regímenes comunistas detrás de muros cerrados.