La oración constante no exige largas horas para cada petición, requiere un corazón disponible en todo momento. Así pues, ancla tu día con pequeñas oraciones que abran espacio al Señor en tus decisiones. Por ejemplo, antes de una reunión di: “Señor, dame sabiduría”. Antes de contestar un mensaje di: “Señor, guarda mi lengua”. Al conducir di: “Señor, cuida mi camino y mis pensamientos”. Además, establece tres pausas de un minuto para agradecer, pedir dirección y recordar un nombre por quien orarás.
Por lo tanto, convierte tu respiración en liturgia sencilla: al inhalar confiesa tu necesidad, al exhalar descansa en Su cuidado. Si te distraes, vuelve con mansedumbre; la gracia te sostiene en el regreso. Lleva una lista breve de personas y situaciones y actualízala cada semana para orar con precisión, no con generalidades. De esta manera, tu jornada se vuelve santuario móvil que cultiva la atención a Dios y al prójimo. La constancia humilde abre puertas que la autosuficiencia cierra. En conclusión, la oración breve no es poca oración, es obediencia frecuente que entreteje la presencia de Dios en lo cotidiano. La Biblia dice en Filipenses 4:6: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. (RV1960).
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La oración constante no exige largas horas para cada petición, requiere un corazón disponible en todo momento. Así pues, ancla tu día con pequeñas oraciones que abran espacio al Señor en tus decisiones. Por ejemplo, antes de una reunión di: “Señor, dame sabiduría”. Antes de contestar un mensaje di: “Señor, guarda mi lengua”. Al conducir di: “Señor, cuida mi camino y mis pensamientos”. Además, establece tres pausas de un minuto para agradecer, pedir dirección y recordar un nombre por quien orarás.
Por lo tanto, convierte tu respiración en liturgia sencilla: al inhalar confiesa tu necesidad, al exhalar descansa en Su cuidado. Si te distraes, vuelve con mansedumbre; la gracia te sostiene en el regreso. Lleva una lista breve de personas y situaciones y actualízala cada semana para orar con precisión, no con generalidades. De esta manera, tu jornada se vuelve santuario móvil que cultiva la atención a Dios y al prójimo. La constancia humilde abre puertas que la autosuficiencia cierra. En conclusión, la oración breve no es poca oración, es obediencia frecuente que entreteje la presencia de Dios en lo cotidiano. La Biblia dice en Filipenses 4:6: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. (RV1960).
El Reino avanza con actos pequeños que casi nadie nota. Así pues, planifica hoy un servicio secreto: paga una comida, limpia un espacio compartido, escribe una carta de ánimo, ora por un desconocido en el parque o deja una canasta de víveres sin firmar. Pide al Señor el corazón correcto con alegría sin búsqueda de aplausos y diligencia sin amargura. Por tanto, la práctica del secreto entrena la motivación y debilita el ego. Si alguien te descubre, aprovecha para señalar la gracia de Dios y no tu nombre.
Además, enseña a tu familia a hacer lo mismo para que todos aprendan el gozo de dar sin ser vistos. Al final del día, compartan en oración cómo percibieron la bondad del Señor en esa entrega silenciosa.
El servicio que nadie ve deja huellas que Dios sí ve: abre puertas de reconciliación, reduce tensiones y siembra esperanza donde el discurso ya no convence. Mantén un registro privado de actos de misericordia para recordar la fidelidad divina, no para construir méritos. La Biblia dice en Mateo 6:3 y 4: “Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. (RV1960).
Un Minuto Con Dios
La oración constante no exige largas horas para cada petición, requiere un corazón disponible en todo momento. Así pues, ancla tu día con pequeñas oraciones que abran espacio al Señor en tus decisiones. Por ejemplo, antes de una reunión di: “Señor, dame sabiduría”. Antes de contestar un mensaje di: “Señor, guarda mi lengua”. Al conducir di: “Señor, cuida mi camino y mis pensamientos”. Además, establece tres pausas de un minuto para agradecer, pedir dirección y recordar un nombre por quien orarás.
Por lo tanto, convierte tu respiración en liturgia sencilla: al inhalar confiesa tu necesidad, al exhalar descansa en Su cuidado. Si te distraes, vuelve con mansedumbre; la gracia te sostiene en el regreso. Lleva una lista breve de personas y situaciones y actualízala cada semana para orar con precisión, no con generalidades. De esta manera, tu jornada se vuelve santuario móvil que cultiva la atención a Dios y al prójimo. La constancia humilde abre puertas que la autosuficiencia cierra. En conclusión, la oración breve no es poca oración, es obediencia frecuente que entreteje la presencia de Dios en lo cotidiano. La Biblia dice en Filipenses 4:6: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. (RV1960).