
Dios no es un Dios lejano ni jamás se esconde; su presencia está viva en ti y en mí. Debemos tener claro que no necesitamos hacer nada extraordinario ni fuera de nuestras fuerzas para encontrarlo, porque Él mismo nos invita a buscarlo en lo más profundo de nuestro corazón, es allí en el silencio interior donde su voz se hace más clara y fuerte y su paz nos envuelve; buscarlo también en la palabra, una fuente perfecta e inagotable que ilumina nuestras dudas, fortalece nuestra fe y nos guía siempre en la dirección correcta. Y aún más, lo hallamos en el rostro del hermano, en aquel que en medio de la necesidad, nos hace el llamado a la misericordia; cada mano extendida y cada acto de amor sincero se convierten en un verdadero encuentro con Él, recordándonos que Dios está siempre presente, cercano y dispuesto a habitar en nuestras acciones más simples y auténticas.