
Haz que tus actos reflejen lo que tu boca expresa. Que cada gesto, palabra y decisión en tu día a día sea una evangelización silenciosa, pero profunda, a tiempo y a destiempo. Nunca sabes si eres el único “evangelio” que alguien más puede llegar a leer, y en ese momento lo que hables con tu vida puede marcar la diferencia.
Que tus comportamientos sean un reflejo real del paso de Jesús por tu historia. Solo quien ha tenido un verdadero encuentro con Él sabe lo que significa beber de la fuente de agua viva, esa que transforma y renueva. Y cuando estás lleno de su presencia, no puedes guardarlo para ti: inevitablemente lo entregas a los demás en forma de servicio, esperanza y amor.