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La Tierra es como una cocina enorme que nunca se apaga. En su interior hay calor desde que nació hace miles de millones de años, y ese calor sigue moviéndose y empujando. El fuego y las rocas derretidas son parte de cómo el planeta sigue vivo y en movimiento. Sin ese calor, la Tierra sería un lugar frío y sin montañas, volcanes ni continentes que se formen.
Los científicos observan señales muy pequeñas que el volcán va dando, como si estuviera avisando con un murmullo. Revisan si la tierra tiembla, si salen más gases de lo normal o si la montaña empieza a inflarse por dentro. No siempre se puede predecir al cien por ciento, pero esas pistas ayudan a cuidar a la gente que vive cerca.
Depende de cómo salga. Si la lava se mueve como un río lento, puede tardar días, semanas o hasta meses en enfriarse por completo. Pero si se enfría rápido al tocar el agua del mar, se convierte en piedra casi de inmediato. Es como ver chocolate derretido: si lo dejas en el refri, se pone duro rápido, pero si lo dejas afuera, tarda mucho más.
Eso sería casi imposible, porque los volcanes no nacen de un día para otro: se forman en lugares especiales de la Tierra, donde hay grietas y mucho calor por debajo. Pero si llegara a pasar, los científicos lo estudiarían desde el principio y las autoridades ayudarían a proteger a la gente. Así que puedes estar tranquilo: los volcanes tienen sus propios hogares en el planeta, y no cualquiera puede tener uno en su ciudad.
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