
Lo que vivimos en Barcelona fue probablemente el mejor fin de semana de nuestras vidas. El ambiente, la gente, los coches, el olor a goma quemada, la lluvia. Ni siquiera los madrugones y los pick up time a las 4 y media de la mañana empañaron lo que probablemente fueron tres días para nunca olvidar. Fue encontrar un hogar lejos de casa, donde nadie juzgaba a nadie (a no ser que fueras francés, eso sí que no) y todo el mundo quería pasar un buen rato.