
Hay momentos en que el alma se disuelve en la naturaleza, como si lo perdido buscara un nuevo lugar donde existir. Cuando algo o alguien se va, el corazón se aferra a lo que queda: una imagen, un color, una sensación que no se disuelve del todo. Todo lo que existe está destinado a transformarse: la materia, los sentimientos, los recuerdos… nada desaparece por completo. Es toda esa energía la que se transmuta en belleza, la que deja de ser carne o presencia para volverse símbolo, color y esencia. Porque quizás la eternidad no está en permanecer, sino en seguir transformándose.