
Cuántas veces la vida nos acorrala y nos deja atrapados en la confusión. Lo intentamos, caemos, y lo que permanece es esa sensación de culpa que se adhiere como un peso imposible de soltar. El tiempo no alivia, al contrario, refuerza la herida. Y entonces la culpabilidad se vuelve inevitable, como una sombra que impide la paz mientras uno siga cargando con el fracaso propio.