
Mi amigo Juan había estado soñando con su primer Rolex desde hacía años. Trabajó incansablemente para ahorrar el dinero necesario, dedicando horas extras y sacrificando algunos lujos. Cada vez que hablaba del reloj, sus ojos brillaban de emoción. Sabía que no era solo un reloj, sino el símbolo de todo su esfuerzo y dedicación.
Después de meses de espera, finalmente recibió la ansiada llamada: su Rolex estaba listo para recoger. Había estado en la lista de espera por lo que parecían eternos meses, pero la espera había terminado. El día de la compra llegó y Juan no cabía en sí de la emoción. Entró en la tienda con una sonrisa que no se le quitaba, sabiendo que ese era un momento importante.
Cuando el vendedor le entregó su nuevo Rolex automático, Juan lo miró como si fuera una joya única en el mundo. Se lo probó y sentía que el reloj encajaba perfectamente con la sensación de logro que lo invadía. Cada tictac le recordaba el camino recorrido. Ahora, ese Rolex no solo era un accesorio, sino un testimonio del fruto de su trabajo duro y perseverancia.