
La conexión en pareja comienza cuando los rostros se reconocen más allá de lo visible. Es cuando la mirada no se detiene en los ojos, sino que atraviesa hasta el alma. En el rostro del otro encontramos memorias, deseo, ternura, verdad. Es ahí donde comienza la intimidad real: en la presencia que se atreve a sostener la mirada, a escuchar sin prisa, a amar sin máscaras.