
Pablo ora (Ef 3:14–21) para que la iglesia sea fortalecida con poder en el hombre interior por el Espíritu, de modo que Cristo habite (como residente permanente) en los corazones, y así, arraigados y cimentados en amor, conozcamos el amor de Cristo que excede todo conocimiento hasta ser llenos de toda la plenitud de Dios. En contraste con la narrativa del mundo—amor por el poder—el evangelio revela el poder del amor: Dios manifiesta su poder en nuestra debilidad (cf. 2 Co 12:9). El Padre “cósmico” (Señor de todo) nos integra en una familia reconciliada y nos llama a orar conforme a Su misión, no a caprichos egoístas. Cuando Cristo mora y forma nuestro carácter, la iglesia se vuelve un templo vivo donde resplandece la gloria de Dios (cf. Ef 1:19–20).