
Cuando un niño está formándose en el vientre de su madre,
puede medir apenas unos milímetros y ya la vida de la mujer ha cambiado radicalmente. No se ve nada del bebé, pero todo ha cambiado en ella. Cuando Cristo comienza a formarse en nosotros, aparentemente no se ve mucho de Él y sí mucho de nosotros, pero todo en nosotros ha cambiado.