Las historias de gente millonaria y poderosa cayendo en lo más bajo de lo que se considera humano siempre llaman mucho la atención, tal vez demasiado.
En la gran mayoría de esas historias se cuenta como alguna familia o persona de la socialité que en un primer momento gozaba de sus lujos y privilegios, la gente a su alrededor les celebraba casi cualquier cosa, o a los de perfil más discreto, pues también se les admiraba por eso precisamente, el ser discretos, el no dar ningún tipo de escándalo, viéndolos como modelos absolutos de la sociedad.
Debido a la presión social a la que nos someten todo el tiempo, vale reconocer, existe un cierto grado de morbo combinado con otro poco de satisfacción al ver cómo caen esos ídolos o gente tan poderosa.
El caso que hoy les comparto ocurrió en los años 70s en la capital México, en una de las zonas más lujosas y super privilegiadas de la Ciudad, como lo es la colonia Lomas de Chapultepec.
El asesinato fue mucho más brutal, más sangriento, con más saña y aquí no hubo ningún tipo de justificación que ayudara al asesino a librarse de la justicia, —al menos en ese momento–
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