
En las sombras de la noche por las calles de Salvatierra, un lobo, no el típico depredador, sino una manifestación del espíritu protector de San Francisco de Asís, observaba. Con una mirada sabia y compasiva, el lobo había caminado por las calles de la ciudad durante la noche, guiando a aquellos que se encontraban en la oscuridad.
Atraído por el sufrimiento del hombre, el lobo decidió actuar. Con un aullido que resonó en el aire, se abalanzo sobre el atacante con un eco de esperanza, se dispuso a rescatar a quien estaba en peligro.