
El fenómeno de la Revolución francesa, al tiempo que la culminación de un proceso inherente al Estado francés, constituye también un hito en la evolución ideológica del mundo moderno, razón por la cual posee una dimensión y un interés universal. Esto es lo que vienen a decirnos Manuel Ballesteros y Juan Luis Alborg en su “Historia universal.” Y añaden, comentando el deslumbrante y costosísimo lujo que ostentaba la corte de Versalles, que dicho lujo no era privilegio exclusivo de la nobleza “sino también de la burguesía, que era en el Antiguo Régimen la clase más rica de la nación,” aunque, paradójicamente, se le negaba el acceso legal, de pleno derecho, al gobierno de las diversas instituciones del sistema. “En verdad -afirman estos dos autores, - no es la miseria popular, concentrada en París, pero no tan aguda en el resto de Francia, la que produjo la Revolución, sino la potencia y la apetencia de gobierno de la burguesía.” Por este motivo, a la Revolución francesa sería más apropiado denominarla “Revolución burguesa”, como a nuestra Revolución de Asturias sería más apropiado llamarla Revolución de octubre, o simplemente, revolución proletaria.