
“Carlos, que cumplía entonces 27 años, habíase formado en los campamentos y en el gobierno de la Austrasia. De estatura elevada y majestuoso aspecto, era blanco de tez y tenía un vigor capaz de soportar todas las fatigas; de conversación animada, impasible lo mismo en los reveses que en la fortuna, mostrábase respetuoso con la religión, amigo de las ciencias y conocedor de todo lo que se sabía en su tiempo. Cuando las instituciones sociales no están todavía determinadas y cuando cada cual atrae hacia sí la mayor cantidad de autoridad posible, si llega a subir al trono un hombre dotado de carácter enérgico, firme en sus designios y a quien nada puede apartar de la ruta que se ha trazado, arrastra fácilmente a los demás en pos de sí. Los que se sublevan contra él son aplastados y los descontentos limítanse a impotentes murmullos; los hombres activos se convierten en instrumentos de la mano robusta cuya prudencia regula todos los movimientos. Tal fue Carlos, y tal vez no conviene atribuir a otra cosa más que a su carácter la inmensa influencia que ejerció sobre sus contemporáneos. (César Cantú).